Distancia: 24 km.
Tiempo empleado: 9 horas.
Incidencias: Lluvia, barro.
A tener en cuenta: El ascenso al Alto del Perdón puede ser duro y su descenso peligroso.
Ver Pamplona - Puente la Reina en un mapa más grande
Donde alojarse (enlaces a las webs):
Albergue - hostal Camino del perdón (Uterga).
Albergue - hotel Jakue.
Hotel Bidean.
Donde comer:
Albergue - hostal Camino del perdón (Uterga).
Hotel Jakue.
Hotel Bidean
La mañana no pintaba bien, nada más salir de la cama me asomé a la ventana y allí estaba esperándonos la penitencia. El cielo estaba encapotado, el suelo encharcado, el aire empapado.
Tiempo empleado: 9 horas.
Incidencias: Lluvia, barro.
A tener en cuenta: El ascenso al Alto del Perdón puede ser duro y su descenso peligroso.
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Imagen obtenida de: http://caminodesantiago.consumer.es/etapa-de-pamplona-a-puente-la-reina
Donde alojarse (enlaces a las webs):
Albergue - hostal Camino del perdón (Uterga).
Albergue - hotel Jakue.
Hotel Bidean.
Donde comer:
Albergue - hostal Camino del perdón (Uterga).
Hotel Jakue.
Hotel Bidean
La mañana no pintaba bien, nada más salir de la cama me asomé a la ventana y allí estaba esperándonos la penitencia. El cielo estaba encapotado, el suelo encharcado, el aire empapado.
Bueno,
hay que estar a todo en el Camino.
Hay días de calor, de frío y sí, de lluvia y barro. Lo que pasaba es que ya
habíamos probado el barro el primer día y no nos había gustado.
Lo
primero era salir de Pamplona y esa
obviedad no resultó tan fácil. Se supone que estábamos al lado del trazado
urbano del Camino, pero lo cierto es
que no había manera de encontrarlo. Llovía, la gente intentaba no estar en la
calle, la capucha no te deja ver bien, cada minuto que pasaba era un minuto
perdido y un esfuerzo extra mal dirigido. Desafortunadamente tardamos un montón
en poder Salir de Pamplona, nos
equivocamos varias veces y para cuando nos encontramos por el buen sendero,
hacía casi una hora que habíamos salido del hostal.
La
salida de Pamplona si que es
agradable, pues se abandona la capital pasando por una zona que contiene el hospital,
la Universidad y unos agradables jardines. Enseguida, la senda enfila la
población de Cizur menor, y digo
enfila porque el trayecto es recto y cuesta arriba y la pendiente es bastante
acusada.
Al
final de la cuesta y ya en Cizur,
hicimos la primera parada y meditamos acerca de lo que se aproximaba. Hasta ese
momento sólo habíamos pisado asfalto, lo cual en un día de lluvia, yo
agradecía. Al fondo, se delimitaba perfectamente la silueta del Alto del Perdón, con los
aerogeneradores sembrados en su superficie. Es una mala visión, engaña, parece
que está mucho más cerca, pero se tarda mucho en llegar.
Bueno,
volvimos a caminar, durante unos kilómetros se atraviesan urbanizaciones de
clase media con chalets adosados, pistas forestales de fácil tránsito que
compartes con deportistas entrenándose, jubilados paseando o adolescentes
sacando al perro a pasear.
Pero
todo acaba y llega un momento en que el sendero se empina, se embarra, te dice
que vas a empezar a pagar tu penitencia y que el día no será fácil de olvidar.
Antes
de llegar a Zariquiegui, vimos
delante de nosotros la figura de una especie de ballenato ondulante que
cimbreaba su enorme cintura a cada paso. Pensamos que aquel tío no llegaría muy
lejos. Yo casi aposté a que no acababa el día, pues parecía que fuera a
infartarse a cada paso que daba.
De
nuevo, ¡qué equivocado estaba!.
Unos
metros más adelante, en una pequeña zona de descanso en un alto despejado, en
un momento en que parecía que dejaba de llover y en un lugar en el que en
verano debe hacer un calor horrible, alcanzamos al ballenato y nos paramos
todos a descansar.
Nuestro
grandón no era otro que el veterano portugués y allí estaban sus compañeros de
viaje ya conocidos, el tío que vimos el primer día con su enorme mochila y la
cámara de fotos y una pareja de franceses cuasiadolescentes. Al detenernos nos
pusimos a hablar con ellos, el portugués parecía dirigir el diálogo y
establecimos una amigable conversación bajo la lluvia. Lo cierto es que cuando
haces el Camino te apetece encontrar
gente con la que hablar, no como presupuesto de partida, al menos no en nuestro
caso, sino como realidad que descubres. Las etapas son largas y te gusta
encontrar a alguien con quién compartir un poco de tu tiempo y experiencias.
Aquel tío era histriónico, dijo llamarse Joaquim,
daba grandes voces y gesticulaba con su corpachón pareciendo agitar el aire y
todo a su alrededor con su enorme presencia. Resultó que sus acompañantes eran
brasileños, un chaval joven llamado Vinicius,
que se había venido casi con lo puesto a hacer el Camino de Santiago sin tener mucha idea de lo que iba a encontrarse
y por eso viajaba con zapatillas de deporte y pantalones vaqueros. Una chica
que se llamaba Luciana y parecía
mucho más acostumbrada a manejarse en el campo. Nos contó que había estado
trabajando en una fábrica de patatas fritas de Lays en medio de la selva del Amazonas
y cuando la despidieron se echó la mochila a la espalda y con la indemnización
se vino a España. El hombre-mochila
resultó ser un turco residente en Alemania,
se llamaba Yilmaz y dijo ser de Esmirna.
Nosotros,
por nuestra parte, aclaramos que estábamos haciendo el Camino como viaje de novios, momento en que Joaquim comenzó a dar gritos y a felicitarnos efusivamente.
La
pareja francesa nos miraba francamente asustada ante el ímpetu del portugués y
las risas de todos los presentes. Eran unos sosos.
Estuvimos
un rato intercambiando impresiones, también compartimos algo de la fruta que
llevábamos, con todos menos con los franceses, que eran muy, muy sosos… y
cursis, sí, también eran unos cursis, sobre todo ella, ahí, toda limpita e
inmaculada bajo la lluvia como una colegiala de una peli francesa de los años
sesenta.
¡Es
que me enfilo!.
Después,
continuamos nuestro camino ascendente hacia el Alto del Perdón, arreciaba la lluvia y las gotas retumbaban en los
oídos mientras se estrellaban contra el tejido impermeable de la capucha.
Los aerogeneradores delimitan la línea del Alto del Perdón |
Atravesamos
la localidad de Zariquiegui sin
detenernos ni un momento y comenzamos la ascensión final. Parecía que no
llegábamos nunca.
No
se trata de una ascensión dura por la pendiente, de hecho nos pareció bastante
más fácil de lo que nos habían dicho, pero aquel día, entre el viento, la
lluvia, el barro se nos estaba haciendo realmente complicado. Supongo que en
pleno verano, en un día de calor, también debe ser duro.
En
un momento dado, ya muy cerca del final, resbalé y literalmente caí de culo
sobre el barro y unas zarzas en las que apoyé mi mano. Cada vez me parecía más
a un peregrino de verdad, ya tenía mis propias heridas. Lo peor fue la
sensación de ridículo, ya que a muy pocos metros transitaban las alemanas biónicas que nos adelantaron
mientras hacía recuento de daños.
Se aproximan las "alemanas biónicas" |
Un
pequeño esfuerzo y alcanzamos la cumbre. La niebla lo cubría todo, hasta tal
punto que allí mismo, al pie de los aerogeneradores, no veíamos sus palas y las
adivinábamos por el ruido que hacían al girar. Hacía mucho viento y llovía. La
mayoría de la gente paraba el tiempo imprescindible para descansar un momento,
comer algo y hacer una foto a un curioso monumento al peregrino que se perfila
contra el horizonte. Pero era muy desagradable estar allí, había que buscar
refugio.
Por
supuesto, mientras descansamos un momento, aparecieron nuestros maduros
germanófonos, nos saludaron y continuaron pendiente abajo. También vimos como
por el camino se aproximaban, los sosos franceses y la banda de portugueses-brasileños
con el turco.
¡Conseguido! |
Decidimos
continuar camino abajo. La guía que estábamos utilizando nos decía que el
descenso era muy empinado y bastante peligroso. Bueno, pues empezamos con
calma. A veces, cuando te avisan de lo difícil que es un tramo y te lo ponen
como casi infernal, creo que te predispones de tal forma que luego lo afrontas
como un paso. La verdad es que las condiciones no eran ni mucho menos las
mejores, con la lluvia, el barro, piedras sueltas y la pendiente. Aún así se me
hizo corto y hasta agradable.
Al
final del descenso llegamos a la localidad de Uterga, cuando, además, decidió salir el sol para saludar el final
del pequeño infierno que acabábamos de pasar.
Decidimos
sentarnos en un banco y comer algo de lo que llevábamos en la mochila, algo de fruta y una barrita energética. Además, allí mismo, alguien había colocado una
máquina expendedora de refrescos, sacamos un par de botellas de agua de medio
litro y a comer, beber y recuperar fuerzas mientras delante de nosotros iban
pasando peregrinos en un constante goteo de almas embarradas.
Se
estaba haciendo tarde y no tenía pinta de que llegásemos en buen momento a Puente la Reina, lo que me daba mucha
rabia, pues me parecía un pueblo muy interesante para visitar con calma.
A
la salida de Uterga encontramos un
albergue muy bonito y agradable, dónde muchos peregrinos habían parado a comer.
Decidimos
no esperar más y comer algo más serio antes de continuar camino. Entramos en el
albergue y en el bar pedí un par de bocadillos,
una coca cola y una cerveza. Sentados en la barra
comenzamos a hablar y en ese momento la camarera dio un respingo y nos miró
curiosa.
-
¡Sois españoles!.
-
Hmmm… claro.
-
Joder, perdonad, pero es que sois los primeros españoles del día y como tú
(dijo mirando a Pendiente de
Diagnosticar) eres pelirroja, pues no pensé que fueras española.
Estuvimos
un rato hablando con ella mientras nos terminábamos el bocadillo. Al salir,
vimos como muchos de nuestros compañeros habían decidido no seguir más por ese
día, incluidos nuestros veteranos germánicos, que después de hacerse con una
habitación, reposaban en la terraza al tímido sol que lucía en aquel momento.
Bueno,
pues con energías renovadas y con bastante camino aún por delante, continuamos
en dirección a Muruzabal. Al
principio el sendero es cómodo y al poco gira a la izquierda en un descenso y
luego vuelve a girar a la derecha volviendo a ascender, parecía que el perfil
iba a ser un rompepiernas.
No
sé qué distancia llevábamos recorrida cuando nos dimos cuenta de que ¡se nos
había olvidado los bastones!, ¿dónde?. No recordaba haberlo llevado en el
albergue, por tanto debíamos haberlo dejado en la entrada de Uterga, cuando nos sentamos en el
banco.
Decidí
volver a por ellos, por lo que medio corriendo medio andando deshice el camino
hasta allí, donde efectivamente se encontraban nuestros bastónes. Me dio mucha
rabia, no estaba el día para hacer esfuerzos extra, y acababa de sumar un par
de kilómetros a mi jornada para recuperarlos.
Volvimos
a caminar.
Llegando
a Muruzabal el sendero se vuelve
estrecho y aquel día, embarrado. Cuando el barro es la superficie que pisas, a
veces intentas evitarlo caminando sobre las hierbas de las cunetas, pero no
siempre es buena idea, pues a veces está más encharcado.
El
día se estaba haciendo especialmente incómodo, la etapa parecía no tener fin.
Yo intentaba animarme pensando en el hotel al que llegaríamos en Puente la Reina , que creía de los más bonitos que había
elegido y con un buen restaurante. Todo esto era bastante penoso, porque lo
cierto es que el paisaje en ese tramo final era muy bonito y digno de ser
disfrutado de otro modo.
Se
veía un terreno de suaves colinas, verdes de labranza y tierra roja. En la cima
de algunas lomas, pequeñas y antiguas poblaciones de piedra, de la misma piedra
de la montaña, vigilaban para que nadie olvidase su pasado.
A
nuestra espalda, el Alto del Perdón
nos recordaba lo que ya habíamos pasado y un cielo negro y amenazante, quizá,
nos advertía de lo que encontraríamos al día siguiente.
Entramos
en Muruzabal, un alivio, pues el
asfalto de sus calles nos permitió eliminar barro de nuestras suelas mientras
los destartalados secuaces sajones de Mark
nos adelantaban y nosotros, a su vez, adelantábamos a los portugueses, que se estaban entreteniendo hablando con un viejo
peregrino que… ¡volvía de Compostela!
Y según decía, le habían robado una tienda de campaña. No supe si creerle, lo
cierto es que no parecía un hombre ni sano ni cabal.
Por
fin el sendero estaba seco y nos dirigía hacía Obanos, localidad dónde se juntan los caminos Francés y Aragonés, las
dos rutas más utilizadas ahora mismo, aunque en su origen el Camino fuera el ahora llamado de la Costa.
En Obanos se juntan el camino francés y el aragonés. |
Al
frente adivinaba la presencia de la parejita de los sosos gabachos y a nuestra
espalda la figura de las alemanas biónicas. Debían haber parado mucho tiempo,
pues su ritmo siempre era superior al nuestro, nos habían adelantado en el
ascenso al Perdón y aún así iban detrás.
La
entrada a Obanos se realiza por un
repecho empinado. Al final del cual se disfruta de un hermoso pueblo de piedra.
Allí nos detuvimos un momento para hacer unas fotos y a disfrutar de la
sensación de que quedaba ya muy poco para finalizar la etapa y el sol calentaba
tímidamente los cuerpos cansados. Nos alcanzaron las alemanas y nos hicimos
unas fotos, se quedaron a tomar algo y nosotros continuamos hacia Puente la Reina. Las bautizamos como Frida y Helga.
El
pueblo es conocido por el Misterio de
Obanos [1]
, se representa cada dos años y me cuentan que merece la pena verlo.
Ya
faltaba poco, se sale del pueblo por otro repecho, esta vez en descenso y que
enlaza con una carretera que enfila hacia Puente
la Reina. Así , por el arcén, es como alcanzamos ya el final de la etapa. Había sido
un día duro y sobre todo, muy largo.
Sellamos
nuestras credenciales en el albergue de
peregrinos y nos adentramos en el casco antiguo del pueblo, que es
verdaderamente bonito. Llegamos hasta nuestro destino, el hotel Bidean, un lugar realmente agradable. Allí
pedimos la llave de nuestra habitación y una fregona porque estábamos dejando
todo lleno de barro.
Una
vez en la habitación, nos quitamos la ropa y los pantalones fueron, tal cual, a
la ducha. Un intenso chorro de agua y a frotar para quitar el barro del día.
De
las botas mejor no hablar.
Nos
duchamos, reposamos y nos dispusimos a bajar a cenar. Me dio mucha rabia lo mal
que se nos había dado el día, porque habíamos llegado un par de horas más tarde
de lo previsto y con tanto barro, también perdimos tiempo en la colada, por lo
que no había ni ánimos, ni tiempo, ni fuerzas para recorrer el pueblo, que es
algo fundamental en el Camino.
Bajamos
a cenar a eso de las 21:00. Aquí continúa el fervor navarro por los horarios
tan tempranos, creo recordar que dejaban de dar cenas a las 21:30.
El
comedor era espectacular, cenamos muy bien y barato en un ambiente muy
agradable. A nuestro lado, otro ciudadano de habla alemana bebía cerveza
mientras anotaba algo en un diario y consultaba nuestra misma guía, sólo que en
Alemán. Yo sostenía que era el mismo tipo que se despachaba el pacharán en el bar de Roncesvalles, pero según Pendiente de Diagnosticar era otro. En
cualquier caso no lo había visto durante el día y no tenía aspecto de haber
caminado mucho más allá de la distancia que hay entre su habitación y la
siguiente cerveza.
Después
de cenar nos dimos un paseo, pero la noche era muy desagradable, hacía mucho
frío y estaba muy húmedo, así que muy pronto fuimos de vuelta al hotel. En el
camino nos encontramos con los portugueses, estaban hechos polvo, para ellos
también había sido un día muy duro, parecían agotados y el joven brasileño
estaba aterido. Le habían prestado una gabardina en el albergue con la que intentaba entrar en calor. No estaba nada
equipado, más bien parecía que se había venido a pasar unos días de vacaciones
en la costa. Quedamos en que les invitaríamos a un vino en Estella al día siguiente. Nos retiramos pronto a dormir, el día
siguiente, si bien la etapa no parecía, a priori, muy dura, me daba mala
espina.
[1] Se trata de una
representación teatral al aire libre, en la que participan casi todos los
habitantes del pueblo, de una famosa leyenda del Camino de Santiago (www.misteriodeobanos.es).
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