Kiev II, comer y beber en Kiev

En este segundo capítulo de un viaje a Kiev, Andrés nos habla de su comida y su bebida, o mejor dicho, de lo que el comió y bebió.


Por Andrés Vegas:

Al final del viaje que os narré, aterricé en Kiev, recogí mi maleta y, a la salida, ya me estaba esperando Igor con su enorme bigote ceniciento y su hemicíclica sonrisa. Es un buen tipo. Se le ve a la legua, es transparente, risueño y bonachón. Poco a poco hemos ido estrechando nuestra relación a medida que mi pobre nivel de ruso iba mejorando y me permitía hablar más y más con él. Siempre le echo en cara que no aprenda español, “cúrratelo un poco, cachondo!” pero el tío ni se inmuta, te dice que ya él ya con el ruso se maneja y a otra cosa mariposa. ¡Genio!

Llegué canino; era casi la hora de cenar y apenas había probado bocado durante el viaje. Con Igor me dirigí a la furgoneta que nos estaba esperando y ahí conocí a los que serían mis compañeros de batalla aquellos días: un italiano, un alemán, un sueco, dos ucranianos y el que esto os cuenta. Como el comienzo de los buenos chistes de los ochenta…  En fin, la furgoneta nos dirigió a uno de las mejores puertas de entrada en Kiev: el restaurante Belvedere, sobre un promontorio a orillas de río Dniéper.

Para ganar la puerta del restaurante tuvimos que atravesar un embravecido mar de Porches, Mercedes, BMWs y Lamborguinis que nos salían al paso, un poco al estilo Asterix y las doce pruebas. Sobrepuestos del sofocón, y ya en el interior, se abrió ante nosotros un restaurante moderno y elegante, grande y acogedor, con la cocina abierta a la sala, la sala abierta a la inmensa terraza y la terraza abierta al río. Una legión de camareros revoloteaba como abejorros atendiendo las mesas (muchas de ellas, por cierto, ocupadas exclusivamente por chicas – muy guapas ellas…). Por desagracia la globalización hizo que nuestros anfitriones nos pidieran comida fusión asiática, italiana y de todos los rincones del mundo menos de Ucrania y abundante vino tinto italiano. Otra vez será. No obstante es de justicia decir que todo estaba muy bueno, la presentación era impecable y el precio intocable. Cerca de unos 100 euros por cabeza (tened en cuenta que no llega a 700 euros la renta per cápita mensual media en Ucrania). Un sitio para practicar el postureo, ver y, sobre todo, que te vean. Pues eso, ya nos vieron, pues nos vamos.



Ya en el hotel, soltamos las cosas y nos fuimos al “bar de al lado”, pedimos unas cervezas, 300 gramos de vodka y empezamos a respirar algo de normalidad. ¡Bienvenidos a Ucrania!.

Al día siguiente, por expresa petición de la audiencia, nuestros amabilísimos anfitriones nos llevaron a comer comida ucraniana y a beber vodka como se bebe en el Imperio (mucho y muy bueno). Tocamos todos los clásicos que nunca pueden faltar en la mesa: verduras en conserva, fiambre y tocino con ajo y cebolla para hacer base, carnes asadas, el delicioso jolodets (“холодец”) ternera fría desmenuzada con gelatina y, cómo no, los shashlik (“шашлык”), tipiquísimas brochetas de ternera, pollo, cerdo o cordero. El origen de los shashlik (pincho en las lenguas túrquicas) se remonta al Kanato de Crimera, donde tártaros y turcos los cocinaron en la península durante más de tres siglos hasta que, en 1783, Catalina II La Grande les echó y anexionó Crimea y su receta al Imperio.











¿Para beber? Lógicamente vodka. ¿Cuánto? La medida justa: una botella por cabeza. Con más puedes llegar a emborracharte y con menos… en fin, esto es el Imperio, esas cosas ni se contemplan.

Lo que pasó después en ese céntrico local de Kiev hasta las 5 de la mañana no se puede contar, que estamos en horario infantil, sólo diré que fue muy divertido y que estoy deseando volver a pisar tierra ucraniana cuanto antes…






Unknown

Gastronomía, ocio, viajes, nutrición y buena vida en el más amplio sentido

1 comentario:

  1. Bueno, como vemos este Andrés no se priva.......
    Una botella de vodka por barba? No se quedarán con las ganas?
    No vendría mal publicar las recetas de jolodets y shashlik.
    Gracias por el "mini tour"

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